La llamada de los dioses



En su sueño, Uturunku era una pantera negra. Se veía agazapado entre la maleza de la selva, acechando a su presa. La luna llena brillaba intensamente iluminando a duras penas el sotobosque. De repente, sus afiladas garras surcaban el aire nocturno hundiéndose en la carne de su víctima. El olor de la sangre impregnaba sus fosas nasales.
Al despertar notó el sabor de la sangre en su boca. Su respiración era irregular y su corazón palpitaba frenéticamente en su pecho. Y entonces notó esa sensación punzante en la nuca, como un rayo eléctrico atravesando su cuerpo. Notaba como si el techo de la habitación fuese a aplastarlo y se sentía atrapado en un cubo de cemento.
Muchos de los habitantes del poblado se habían dejado absorber por la cultura del mundo exterior, adoptando costumbres como propias. Se vestían con ropas coloridas, tapando sus cuerpos innecesariamente. Era como si se avergonzaran de su propia existencia. Bebían refrescos y comían alimentos que hasta hacia unos pocos años no habían visto jamás. La mayoría se volvieron vanidosos, codiciosos y perdieron el sentimiento de comunidad propio de su cultura. Algunos se fueron a las ciudades con la esperanza de cambiar sus vidas y mezclarse entre los blancos.
Yachak tenía 12 años cuando por primera vez entro en trance y contactó con los dioses del bosque. Se convirtió en Yachak ankas ñawi, que significa chaman de ojos azules, el chaman de la tribu. Desde entonces, los habitantes de la aldea le tenían un respeto casi temeroso. Pero aun así, casi todos habían recurrido a sus poderes en alguna ocasión. Y todos sabían que usar la magia en beneficio propio era condenar sus almas para toda la eternidad, ya que los dioses la reclamarían una vez cruzado el río que separa la vida y la muerte.
Su vida era extraña, sus costumbres y su aspecto eran incongruentes con los tiempos que corren, pero para él su trabajo era su vida. Jamás renunciaría por una vida de lujo y comodidades molestando así a los dioses, por que sabía que entre asentir y consentir hay poca diferencia pero esa pequeña diferencia marcaba el bien y el mal. Así eran las cosas para él.
Una mañana, Mbana, una de las ancianas que formaban parte del consejo, apareció delante de su cabaña. Llevaba un cesto de mimbre con frutos y pan recién cocido. Yachak salió a recibirla con las hojas de plátano que froto por su cabeza y hombros, un ritual en señal de bienvenida. La anciana Mbana piksachu (que significa de cara arrugada) dejó la cesta a sus pies y se sentó en el suelo pedregoso cruzando las piernas. Yachak se sentó frente a ella.
- Que los dioses la acompañen para guiar sus pasos- dijo con una sonrisa - ¿Qué la trae por aquí venerable anciana piksachu?
La mujer respondió a su interlocutor con una sonrisa mellada – Con su permiso, respetable Yachak ankas ñawi – dijo la anciana lentamente. Yachak asintió y prestó atención.
- Sabe usted, que mi nieto akapa (el mas pequeño) marchó a la ciudad con su familia para emprender una nueva vida con los hombres blancos.
- Uturunku akapa, el más pequeño de los 7…- dijo Yachak. La mujer asintió.
- Su madre vino hace unos días. Me explicó que Uturunku vive en una casa de cemento y tiene un trabajo con el que mantiene a su familia y con el que los dioses le han bendecido. Pero aún así, no ha encontrado la felicidad, ya que padece una enfermedad extraña.
- ¿Qué le ocurre?
- Dice su madre que una noche su mujer se despertó por que Uturunku hablaba un idioma extraño en sueños.
- Entiendo…
- Solo espero que los dioses no se hayan enfurecido con él ¿Qué podemos hacer, honorable Yachak?
El chaman quedo pensativo unos instantes.
- Dígale a su nieto Uturunku que venga a visitarme.
- Oh! Muchas gracias. Es usted muy generoso Yachak.
La mujer se levanto con esfuerzo y se alejó lentamente por el camino hacia la aldea.
Unos días más tarde, apareció ante la puerta de su casa Uturunku. Tenía un aspecto pálido y enfermizo, con grandes ojeras negras rodeando sus ojos tristes y lánguidos. Parecía estar ausente, con la mirada perdida.
Se arrodilló frente al chaman, manteniendo la cabeza baja, en señal de respeto. Yachak se sentó frente a él y le puso una mano en la cabeza. Empezó a entonar un cántico en un idioma ancestral solo conocido por los chamanes. Su voz empezó a tornarse metálica. De su interior una fuerza animal desbordaba sus sentidos. El chico, arrodillado ante él, empezó a emanar de su cuerpo una luminosidad extraña. Yachak penetró más en su subconsciente para ver lo que subyacía en su interior. De repente se encontró de frente con una bestia negra que le miraba desafiante. Era una pantera negra de la selva, el dios de las bestias salvajes. En sus colmillos afilados sostenía una presa ya muerta que goteaba sangre. El animal dejó la presa en el suelo y dijo: yo soy el hijo de Pachamama, la madre naturaleza, cuando cae la noche mi voracidad se acrecienta insaciablemente, pero mi portador me tiene prisionero hasta que se rompan las cadenas que me sujetan en su interior. La bestia se abalanzó sobre Yachak, pero este se liberó del trance y regresó a la conciencia. Uturunku se desplomó en suelo. Yachak lo llevó a su cabaña y dejó que durmiera casi dos días hasta que despertó en un sobresalto.
-¿Que sucede?- preguntó en un susurro al despertar.
- Tu animal interior quiere salir a la superficie, ya que usted, Uturunku akapa también es chaman, un mallkur (categoría de chaman más poderosa). El dios Amasanka reclama sus poderes.
La cara de Uturunku pareció palidecer aún más. Tras un momento de reflexión, se dirigió con voz temblorosa a Yachak:
- Honorable, sepa usted que me siento muy agradecido y bendecido por los poderes que los dioses me han otorgado, pero ¿qué sucedería si renuncio a ellos?
Yachak negó con la cabeza y suspiró.
- No puede renunciar a su poder, no puede renunciar a la persona que es. Uno nace, pero no elige nacer.
- Pero algo puedo hacer para… comprenda que me ha costado un gran esfuerzo conseguir trabajo y vivienda en la ciudad. Si elijo el camino del mallkur tendré que renunciar a todo lo que poseo. Incluso a mi familia.
- Uturunku, nadie posee nada, no puede negar su propia existencia. Si lo hace, todo aquello que ama desaparecerá junto con usted.
-¡No puede ser!- se levantó y con dificultad echó a correr camino de la aldea.
Unos días más tarde la abuela Mbana piksachu apareció ante su puerta llorando desconsoladamente. Yachak la hizo pasar.
-Que sucede venerable anciana piksachu.
-Ha sido Uturunku… hace dos noches hubo un ataque en la ciudad. Dice la gente blanca que una pantera negra entró en las casas de cemento y mató a toda la familia de mi nieto akapa- decía entre sollozos- ¡es terrible! Unos hombres blancos salieron en busca de la bestia para matarla. Esta mañana encontramos a mi nieto akapa muerto en la linde del bosque. Tenía la boca y las manos llenas de sangre, y una herida de arma de fuego en la frente…

1 comentario:

  1. ¡heyy! hace unos días me preguntabas como te veía como escritora. Yo disimulé porque me sabía mal decir que te faltaba mucho... pero hoy he leído "malas compañías" y "onírica" y he cambiado totalmente de opinión; me encanta como escribes. Me apunto como lector de catalina paradís, aun que prefiero a Laura.
    y yo no le hago la pelota a nadie si no se lo merece.
    una abraçada:
    Vicens Jordana.

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